martes, 22 de julio de 2014

Bajo la misma estrella

He acabado Bajo la misma estrella hace unos minutos.
Lo he intercalado en la lectura de Ciudad de las Almas Perdidas, para después intercalar en su propia lectura varios tomos de Las crónicas de Bane --que debéis leer obligatoriamente--, pero lo he acabado.


Bajo la misma estrella no ha sido mi libro favorito y no lo será nunca. No porque el libro sea malo, no porque desmerezca la fama que tiene. Es un libro magnífico, casi poético y francamente admirable. No, la razón de que no esté entre mis tomos favoritos no es problema del libro, sino mío. Egoístamente, trato de evitar las tragedias. Me gusta que, a pesar de no tenerlas todas conmigo respecto a la idea de un final feliz, los personajes a los que aprecio y quiero acaben bien y sean felices. ¿Para qué está sino la ficción? Aunque no aplique las mismas reglas para leer que para escribir, siendo esto hipócrita por mi parte, quiero un mundo mejor sobre el que leer.
No hablo de mundos edulcorados y llenos de unicornio, por supuesto, pero sí hablo de un alivio final. De que, por mucho que pase, ese personaje al que aprecias desde lo más profundo de tu corazón, ese ser que ni siquiera existe en el mundo real, alcance un buen final, acorde con lo que merece. Quiero mundos ensombrecidos y realistas, llenos de maldad, en los que al final tengas un pequeño alivio, algo que te descargue la tensión y la culpa.
¿No es absurdo?

Bajo la misma estrella es un libro triste y realista, no es otra historia de lucha contra el cáncer. No lo es. Podría enumerar un millón de diferencias, si bien la principal razón para mis palabras es la resignación. Hazel Grace sabe que va a morir, sabe que le duele y no va a mantener una sonrisa hasta el final de sus días, lo sabe y lo asume. Lucha para respirar, pero no lucha para cambiar el verdadero meollo del asunto: se muere. Asume la muerte, la ve injusta y dolorosa y sufre por ello, pero se resigna. Porque no resignarse, después de todo, da el mismo resultado: morirse.
Y no es una tragedia, exactamente. No es un libro que sólo busca hablar de muerte o de tristeza o de cáncer. Es una historia de vida, de amor y de muerte. Los tres componentes conviven apaciblemente, sin grandes luchas, sin convulsionar el ritmo de la novela. Tres etapas de la existencia que, tanto en el libro como en la realidad, se superponen unas sobre otras.
Hazel y Augustus son personajes reales e irreales al mismo tiempo. Son reales porque transmiten esa sensación de realidad, de "esto puede pasarte a ti". Jon Green es realista y no les engrandece inútilmente, no les convierte en héroes de la lucha, sino que desmiente esa idea y deja sólo lo que hay: dos seres humanos con la certeza de la muerte sobre sus hombros. Ambos van avanzando por un mundo seco y semi-desértico donde no hay nada, porque la vida, como dicen, es un valle de lágrimas y las lágrimas no son sino agua salada; la sal esteriliza, la sal convierte un lugar hermoso en un desierto por el que andar es difícil. Y a la vez, el desierto es uno de esos paisajes impresionantes y hermosos. Supongo que es una buena metáfora. O eso, o estoy quedando fatal. Me arriesgaré. Y a la vez, Hazel y Augustus son irreales. Porque hay un punto de irrealidad en que dos personas tan excepcionales no sólo hayan existido, sino que además se encuentren entre todos los imbéciles que habitamos este mundo. O quizá es que, a mis diecisiete años, ya soy una cínica egocéntrica y no puedo ver que hay personas tan maravillosas en el mundo porque no soy una de ellas.


Esa es otra. Gus muere con mi misma edad. Es jodidamente extraño e injusto que él muriese mientras que yo esté viva. O al menos, es así como se siente. Absurdo, dado que Augustus nunca existió ni existirá, no digo que no. Pero supongo que esas cosas te afectan, te hacen algo. Es como si, de pronto, fueses más consciente de tu humanidad y tu mortalidad, como si la amenaza del cáncer o de la muerte en sí se hiciese más palpable. Eso también es absurdo. Tendrían las mismas posibilidades de encontrarme un cáncer si no hubiese leído el libro. Aunque ellos mismos lo advierten: en la inconsciencia está la felicidad.

Seguramente esté quedando como una completa gilipollas. Soy consciente de ello. En plan: "Oh, quieres vendernos reflexiones profundas sobre la vida sólo porque te has leído un libro triste, que, encima, está de moda." No. En absoluto. Simplemente tenía esto dentro, en la cabeza, dando vueltas y enloqueciéndome. Y necesitaba sacarlo de mi sistema. Esto no es una reseña, es una nota rápida para que mi habitual inconstancia y mi locura inconsciente y feliz puedan seguir su costumbre, haciéndome olvidar los efectos que esta lectura ha tenido sobre mí. Así que, ahora, es problema vuestro.

Seguramente mañana recuerde el libro como muy triste y bonito, pero todos estos sentimientos extraños que estoy experimentando ya no estén. Me alegro por mí, dado que sentirse consciente de la vida y la mortalidad es una mierda.

Os recomiendo mucho el libro. De vez en cuando, a todos nos viene bien una lectura más profunda de lo habitual y con frases grandiosas e incluso algo frikis. Aunque yo sigo proclamando mi amor incondicional a la lectura con significado ocasional, aventura habitual y amor manteniendo la historia interesante. Una, que es muy básica.

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