domingo, 5 de enero de 2014

Bodas

Bueno, se suponía que esto era una comedia romántica. Se suponía. Porque no lo es. Hay una boda, pero apenas tiene humor. Me dejé llevar por el drama. También, es que una boda de conveniencia no es divertida.
...
En todo caso, no es que me convenza mucho, sobretodo el final, pero os presento la boda de Kenneth y Ariadne - no, no la he escrito mal, es con Kenneth, pero confiad en mí -. Dedicado especialmente a esta foto:



Que después de todo, en gran parte es la culpable de que estéis leyendo esto. Lo digo sin miedo porque no seríais capaz de linchar a alguien tan mono como a Martin Freeman, ni a alguien tan sherlockniano como Benedict Cumberbatch.





Bodas.



Se sentía verdaderamente incómodo.
Kenneth ajustó de nuevo la pajarita, pero sabía que no era por eso. No, su incomodidad no tenía nada, absolutamente nada, que ver con la ropa. Aunque esta no ayudase.
Llevaba un chaqué clásico, con un chaleco de color claro y una pajarita. Nunca había tenido problemas con la ropa elegante, pero en esa ocasión… Se sentía ridículo.
Le quedaba bien, por supuesto, pero se disponía a salir a la catedral de los ladrones, oculta en las entrañas de Lyon, y a la que la gente consideraba la mayor obra arquitectónica jamás construida. Y lo haría para colocarse al lado de Ariadne. Podía recubrirse de oro, y seguiría pareciendo pequeño e insignificante al lado de ambas.
Por supuesto, no era eso lo que le molestaba, realmente. El sentirse menos que Ariadne era algo que había asumido. Era algo global. Y la catedral, era la catedral. Ni el mayor de los ególatras podría considerarse por encima de algo tan hermoso.
El problema, era lo que había pasado esa noche.
Había pasado poco más de una semana desde entonces, y no sabía muy bien si le había parecido una eternidad o unos segundos.
No había tenido una despedida de soltero, propiamente dicha. No había ido a un local de strepteasse, ni a las Vegas, ni a ningún lugar que saliese en las películas. Sólo había sido una pequeña cena.
Después de todo, sólo había invitado a una persona. Su familia estaba ansiosa por ir, por relacionarse con gente de mayor estatus social y medrar, pero él se sentía demasiado cansado como para concederles ese estúpido capricho. Dijo que no la celebraría, ellos tuvieron que fastidiarse, e invitó a Álvaro a un restaurante.
Ambos cenaron, rieron, y se lo pasaron bien, pero no estaban del todo cómodos. Por una parte, Álvaro consideraba a Ariadne como a una hija, y sabía que detestaba la idea de la boda, por lo que no podía sentirse cómodo en su compañía.
Y después… Después estaba esa tensión. Entre ellos, con el paso de los años, había ido creciendo cada vez más y más. Kenneth no estaba del todo seguro de lo que significaba, no quería preguntárselo a sí mismo, no quería saberlo. Lo único que sabía es que, cuando se concentraba demasiado en su cercanía, sus manos temblaban, el corazón comenzaba a latirle desbocado, la boca se le secaba, le faltaba el aire, se sentía ligeramente mareado y tenía ganas de llorar sin tener ningún motivo ni comprender el porqué.
Y esa noche… Esa noche estaba muy cansado, y quería olvidar esa tensión.
Puede que… No, puede no era el verbo correcto para lo que había acontecido. Era una certeza. Habían bebido demasiado. Era un buen vino, de una cosecha excelente, combinaba a la perfección con lo que habían pedido y ambos estaban incómodos. ¿No era una increíble colección de casualidades? Y gracias al alcohol, todo carecía de sentido. La boda, principalmente. Todas las razones que uno hubiese esgrimido eran realmente absurdas. Y su pelo estaba tan bien esa noche…
Hay una enorme laguna en su mente, entre las copas y la charla, y el estar en el piso de Álvaro – realmente desordenado, por cierto –. Besándose. No era un beso especialmente hábil, a decir verdad. Era lento, empalagoso, sabía a vino y a la tarta de fresas que habían tomado de postre. Kenneth estaba convencido de que cualquier mujer – u hombre, o ser con un mínimo de gusto por el sexo masculino – lo había hecho mejor de lo que lo hacía él.
Pero no importaba.
¿Cómo iba a importar realmente en ese momento? ¿Cómo iba a importar cuando era Álvaro, y su pelo, y su piel, y sus labios, y su olor, y los sonidos guturales que surgían de su garganta o pecho o de donde quiera que saliesen, y sus manos, y su nariz chocando ligeramente con la suya, y sus cuerpos en contacto, y esa especie de corriente eléctrica que le recorría de cabo a rabo y le hacía querer llorar, esta vez de clara frustración, porque era demasiado y muy poco y quería más pero no y era Álvaro? ¿Cómo?
Y acabaron, lógicamente, en el dormitorio. Trastabillando, botones saliendo de los ojales, hebillas de cinturones desabrochándose, más besos, susurros que ninguno entendía, manos aflojando corbatas, caricias en la piel, el pelo, la ropa, en todas partes, olores embriagantes y la certeza de cómo iba a acabar todo.
Y la certeza, como también era lógico por propia definición, era correcta.
A la mañana siguiente sentía que la cabeza le iba a explotar. Sentía ganas de morirse. De no salir de esa cama. De llorar. De cancelar la boda. De huir a las Bahamas. De aferrarse a él y no irse.
No habían hablado desde esa incómoda mañana.
La pregunta muda.
Su respuesta clara.
Había boda.
Por supuesto que había boda.
¿Qué diría su abuela si no la hubiese?
La habría.
La estaba habiendo.
Comenzaría en unos minutos.
Y él estaría allí.
Y sería imposible no verle.
Imposible.
Porque se sentaba en su mesa.
Porque siempre le buscaba con la mirada.
Porque era imposible no reparar en la presencia de Álvaro Torres.
Y seguía sintiéndolo.
Sus labios, torpes por el vino. Suaves, cálidos, lentos, carnosos, con un roce que te hacía tocar el cielo con la punta de los dedos.
La fricción de su piel perfecta y aterciopelada contra la suya.
Su olor masculino y embriagante.
Esa corriente eléctrica que había recorrido su cuerpo con un chasquido al enredar la mano en su pelo.
Por supuesto que lo sentía.
Por supuesto que no debía.
Se casaba en unos minutos y no es que pensase en otra, es que pensaba en otro. En alguien a quien su futura esposa apreciaba sinceramente.
Se asqueaba a sí mismo.

¤

Todos parecían expectantes. Bueno, todos los que no conocían realmente a los novios. Los que les conocían parecían tristes, como si se sintiesen mal por el futuro matrimonio.
No tenían ni puta idea de lo que era sentirse mal.
Se había acostado con el novio.
Con dos cojones.
Se sentía TAN Ana de Bolena…
Dios, si hasta las nacionalidades de los novios concordaban.
Pero su dolor no se refería sólo a su orgullo herido – ni a su corazón roto –, se refería a algo mucho más complicado.
¿Qué pasaría si se lo dijese a Ariadne?
Se trataba de Ariadne, era completamente impredecible, podría incluso escribir una ópera al respecto y no estaría sorprendido realmente.
Podía ser que se enfadase. Que se enfadase mucho. Que le gritase. Que la aporrease con el ramo como en las películas. Que rompiese a llorar. Que le odiase por el ridículo, la vergüenza, y sobretodo la traición.
Podía ser que se desmayase por la sorpresa.
Podía ser que no le importase.
Podía ser que montase un espectáculo y aporrease con el ramo a Kenneth por cabrón infiel.
Podía ser que montase el espectáculo para escaquearse del matrimonio.
También podía ser que les pegase un tiro a los dos.
A decir verdad, la penúltima opción era la que más le dividía.
Si se lo contaba, si ella lo utilizaba para dejar atrás ese matrimonio, todo iría bien. Es decir, ella estaría con Deker, que era lo que quería. Y él… Él… A decir verdad, él, en ese preciso momento, se importaba una mierda a sí mismo. No pensaba dirigirle la palabra a Kenneth en mucho tiempo, eso lo tenía claro. Tampoco pensaba responder a las ligeras y casi invisibles insinuaciones de Felipe. ¿Después de lo de Valeria y todas las mujeres de las que su “amigo” se había enamorado a lo largo de los años en cuanto empezaban a avanzar? No, gracias. Claro que volver a su vida de antes, de mero ligoteo sin sentimientos, se le antojaba imposible y le provocaba una enorme pereza, junto con ganas de tirarse por un puente. Por otro lado, la idea de acabar rodeado de gatos no le parecía demasiado divertida. En todo caso, él no importaba.
Importaba Ariadne. Incluso un poco Kenneth. Poco.
Miró a su alrededor, fingiendo apreciar la estructura del lugar. Deker no estaba allí.
Oh.
Mal asunto.
Aunque claro, ¿cómo iba a estar?
Sacó el móvil maravillándose de esa perfecta estructura que la catedral. Estaban a kilómetros bajo tierra, y había Wifi. Increíble.
¿Se invita al amor de tu vida a tu boda con otro?
Por desgracia, incluso el todopoderoso dios Google carecía de respuestas. Había una pregunta en un foro sobre ir a la boda de tu ex, un enlace a la página web de Águila Roja, y artículos femeninos sobre ex-novios, amor, y sueños. Nada que pudiese serle útil.
Por una parte, que él hubiese aparecido habría sido completamente descarado por parte suya y de Ariadne.
Por otra, también significaba distanciamiento entre ambos.
Conclusión: lo mejor es casarse por amor, ahorra problemas logísticos.

¤

El cigarrillo sabía amargo en su boca.
Por supuesto, no era culpa del cigarrillo, si no de la situación.
En ese mismo momento, estaría comenzando la boda. Ariadne estaría preciosa vestida de novia, mientras se casaba con Murray.
Que asco le daba ese tío.
En realidad, lo único que quería era desaparecer. Quería fundirse lentamente con la cama y dejar de existir.
Sin dramas. Sin llantos. Sin pruebas.
Bueno, eso, y pegar una paliza a Murray. Con una silla. O una porra. O algún instrumento de tortura. De algo le tenía que servir el horrendo entrenamiento que había recibido, ¿no?
Pero, como no podía hacer ninguna de las dos cosas, fumaba. Llevaba ya media caja de cigarrillos y se sentía sinceramente enfermo. Aunque sinceramente, prefería con mucho ese tipo de malestar.
Sabía que no debía. De verdad que sí. Pero, de todos modos, en lo que llevaban de mañana había cedido cinco veces. Y eran las once. Se había despertado a las diez y media.
Cogió la fotografía que tenía sobre su mesilla, y la desdobló otra vez.
En ella, Ariadne le sonreía. Estaban en el paseo marítimo de Niza, una mañana algo fría de Marzo en la que el viento les despeinaba y se respiraba tranquilidad, alejados de le época turística.
Era media mañana y acababan de salir de su habitación en el hotel Negresco. La noche anterior no habían dormido hasta muy tarde, y ella parecía algo adormilada todavía. Se había recogido el pelo húmedo en dos trenzas despeinadas por el viento y que caían sobre sus hombros, cubiertos por una camiseta amplia de un color suave. Sus ojos brillaban y sonreía de forma suave, cálida y familiar, con el mar de fondo y un cielo cubierto por las nubes. La fotografía era una gama de colores suaves, grisáceos y brumosos. La había sacado con una cámara polaroid que ella misma le había regalado por su cumpleaños, de esas que sacaban la fotografía al instante por una ranura. Tenía algunas gotas de lluvia, porque poco después había comenzado a llover, y ellos habían tenido que correr al hotel. Habían pasado varios meses, y el ambiente entre ellos era distinto, extraño. Una mezcla de “la boda se acerca, falta poco” y de “aun tenemos tiempo, aun queda tiempo” que había resultado en desastre. Pero en esas pequeñas vacaciones no. Fueron unas buenas vacaciones, después de todo. Y estuvieron juntos. Eso era importante.
Los cuatro cuadrados en los que se dividía la foto por haberla doblado para meterla en su cartera, la gama de colores, las gotas de lluvia. Todo eso le daba un aspecto antiguo, viejo, apagado. Había pasado poco tiempo, pero éste era relativo, después de todo. En ese mismo momento, puede que Ariadne estuviese dando el sí quiero. Eso les distanciaba más de esa fotografía que varias décadas.

¤

Tenía la mirada perdida en el espejo.
Estaban haciendo los últimos arreglos a su vestido de novia, murmurando incansables lo guapa que estaba, lo bonita que era la boda, y demás felicitaciones.
Era como si no estuviese allí. Como si lo estuviese viendo desde fuera para no sentir emociones.
El vestido era una preciosidad. Una preciosidad increíblemente alejada de ella. Tanta tela, esa cola larguísima, las docenas de adornos que lo cubrían… Era el vestido que todos esperan de una boda real. Y cuanto más lo pensaba, más ganas tenía de arrancárselo y salir de allí.
-Estás preciosa.
Ariadne se giró hacia Tania, que le sonreía cogiendo su mano con delicadeza. Se esforzó en devolverle la sonrisa.
-Gracias.
Obviamente, Tania sabía que no le importaba en absoluto, que no estaba bien, y que daría lo que fuese por salir de ahí, pero no dijo nada al respecto y actuó como si todo fuese felicidad.
No sabía como le habían dado el papel de Doña Inés, con lo mal que actuaba.
-Princesa – dijo una de las primas de Kenneth – es la hora.
Ariadne suspiró, asintió con seriedad y bajó de la banqueta, mientras todas las desconocidas que actuaban como si fuesen sus mejores amigas colocaban bien la cola y el velo. Aceptó el ramo que Tania le tendía y cogió aire.
Las puertas se abrieron, mientras la clásica y manida música de las bodas llenaba la catedral. Su tío colocó sus brazos con delicadeza y ambos avanzaron por el larguísimo pasillo. Cada paso era una tortura, y no precisamente por los tacones.
Kenneth esperaba, nervioso e inseguro, delante del altar. ¿Dónde estaba María Luisa? Ariadne se encogió de hombros mentalmente. Cada segundo en el que no tenía que ver a esa mujer era un maravilloso regalo, aunque, teniendo en cuenta que esa boda era su culpa, podría haber aparecido.
Ese tipo de ceremonias las oficiaba el rey, es decir, su tío, puesto que con ella iba incluida la coronación de ambos como reyes. Aparte de eso, era bastante parecida a la tradicional.
-Y, por supuesto, si un ladrón se opone a esta unión, deberá hablar ahora, o callar para siempre y obedecer a sus reyes.
Hubo unos instantes de silencio, y entonces, un móvil comenzó a sonar.
Un murmullo recorrió la catedral, mientras su tío arqueaba una ceja.
-Bueno, que alguien lo coja y veremos si es una señal divina.
Hubo algunas risas, mientras uno de sus primos le pasaba a Kenneth su móvil. Éste, rojo como un tomate, descolgó tartamudeando, antes de quedarse blanco como el papel.
-Mi… Mi abuela está en el hospital en medio de una operación de urgencia.
-¿Que qué?
-Le ha dado un ataque cardíaco.

Kenneth y algunos de sus familiares habían corrido al hospital, mientras que otros se habían quedado para acosarla sobre que podían volver a planear la boda. Ni siquiera sus miradas de princesa de hielo podían alejar a esas aves de rapiña.
El resto de invitados se había pasado por allí para dar el consabido consuelo y alabar su vestido de novia, pero ahora disfrutaban del convite, que no habían cancelado para no armar un escándalo.
Ella apenas había comido, y parecía la viva imagen de la prometida afligida, mirando el móvil como si esperase una llamada. En realidad, estaba mirando fotografías.
Tenía muy pocas, la verdad, pero la que estaba mirando bastaba. Se la había sacado a escondidas, para meterse un poco con él. Llevaba una camiseta vieja, y no se había molestado en ponerse unos pantalones de pijama. Estaba sentado, mirando por la ventana abierta mientras se fumaba un cigarrillo. No tenía mucha calidad, pero era suficiente.
No creía poder volver a pasar por eso de nuevo. Volver a ponerse ese vestido de novia, que se había quitado nada más llegar, como tenía planeado, sustituyéndolo por un elegante vestido de fiesta mucho más cómodo. Volver a salir a la catedral. Volver a escuchar todo el discurso. Decir que sí.
Era demasiado duro, y ella se sentía más cansada de lo que lo había estado nunca.
A esas horas, él estaría en su piso de Londres. No planeaban volver a verse nunca más.
Habían discutido por última vez hacía una semana, y no estaba dispuesta a que todo se complicase aun más. No podía hacerle eso, no podía permitir que le viese con otro hombre, simplemente no podía.
Y, la verdad, tampoco podía hacerse eso a sí misma.
Iba a cerrar el móvil, cuando este sonó. Una fotografía de Kenneth aparecía en pantalla.

¤
-María Luisa está muerta – comentó como si nada.
Él asintió, sentándose a su lado.
Estaban sentados en el borde de la fuente que coronaba ese pequeño jardín. El restaurante lo alquilaba como escenario para fotografías. Era bastante bonito.
-¿Cómo está? – preguntó, reprochándose a sí mismo que le importase lo más mínimo como se sintiese Kenneth.
-En shock – ella acarició el móvil con el pulgar, absorta en sus pensamientos –. Ha cancelado la boda. Dice que estoy libre del compromiso.
-¿Y?
-No lo sé. Puede que lo diga por el dolor, puede que los cabrones de sus familiares le convenzan para ello.
-Lo dudo, no quiere casarse contigo, Ariadne.
-Eso espero. Vosotros sois amigos, ¿qué crees que va a pasar?
-No lo sé – admitió –, es un tema complicado.
-Sé que lo sabes.
-¿El qué?
-Que sé que estás ocultando algo.
Álvaro se pasó la mano por el pelo, con un suspiro.
-No sé como decirte esto. Es decir, puedes reaccionar de mil maneras diferentes, y no te haces idea de lo mal que me siento.
-Porque…
-Me he acostado con Kenneth.
-¿Perdón? – preguntó sorprendida, alzando por fin la cabeza para mirarle a los ojos.
-Lo siento, de verdad, lo siento mucho. Estábamos borrachos y… Y no sabía si me ibas a odiar, o si ibas a cancelar el matrimonio, o si te daría igual…
-¿Con Kenneth? ¿En serio? ¿De verdad te gusta?
Álvaro dejó caer la cabeza hacia atrás en un suspiro.
-Me odio a mí mismo.
-No te ofendas, pero deberías dedicarte a las mujeres, siempre que eliges a un hombre es el peor de todos.
-Me lo he planteado, no te creas.
-¿Y qué pasó?
-Apenas entendí lo que dijo mientras recuperaba su ropa, pero el mensaje estaba claro: había boda.
-Que cabrón.
-¿Me lo dices o me lo cuentas?
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Me siento dividido entre que raza de gato debería elegir.
Ella se rió.
-En el fondo es un buen chico. Pero sin carácter.
-Lo sé.
-Perdónale, aunque sea sólo para que yo pueda ver las caras de su familia.
Ambos estallaron en carcajadas.
-Fliparían mucho, ¿verdad?
-Habría más ataques al corazón en el seno de la familia Murray.
-Entonces vale. Todo sea por una buena causa.
-Pero hazle sufrir un poquito antes.
-Completamente de acuerdo – quedaron en silencio unos segundos –. ¿Y tú?
-¿Yo? No lo sé. Deker y yo discutimos antes de… – hizo un gesto abarcando la situación.
-Estoy seguro de que cuando se entere de esto, se le olvidará ese detalle.
-Es complicado, Álvaro. Es un Benavente. ¿Crees de verdad que esta gente se olvidará de ese detalle?
-No les invites a la boda, te ahorrarás una buena cantidad. La alta nobleza de los ladrones come como una lapa.

¤

Era una boda sencilla. Se habrían casado directamente por el juzgado, pero esa iglesia tenía unas tallas del período barroco verdaderamente increíbles. Y después de todo, la novia elige.
Deker llevaba un chaqué clásico que le quedaba como un guante y el pelo peinado hacia atrás. Lo llevaba todo con una naturalidad pasmosa que le hacía parecer un modelo, un actor, o ago por el estilo.
Ariadne llevaba un vestido mucho más acorde con su personalidad que en esa primera boda/no-boda interrumpida. Un vestido de novia vintage hasta el suelo en color crema, con encaje sutil y amplias mangas de tul de seda acabadas en puños con poca pedrería.
Había sido una boda polémica, que había conllevado cuatro meses de papeleo, de llamadas a abogados, de reuniones, de debates, de lecturas de antiguos códigos de los ladrones, de acuerdos prematrimoniales y de demás cosas difíciles de comprender. El resultado final: Deker no era rey, ni siquiera consorte, y sus hijos deberían contar con la aprobación del Consejo para poder reinar.
El primero ya estaba en la boda.
Tania tenía en brazos al pequeño Brandon – con múltiples incomodidades, provocadas seguramente por su embarazo de seis meses, gemelas, además – perfectamente vestido y arreglado para la ocasión. Éste no paraba de preguntar donde estaban sus padres y de intentar escaparse para ir a jugar fuera.
Finalmente, viendo que iba a ser imposible, Tania optó por encasquetarle el niño a Álvaro y a Kenneth, con la excusa de que ella tenía que estar en el altar como madrina.
La balada nupcial había sido sustituida por Time after time por cortesía del padrino, lo que le conllevó la mirada sorprendida de ambos novios. Jero se puso a silbar la melodía fingiendo prestar atención a las cristaleras. Nunca confesó como sabía que esa era su canción.
Y, por supuesto, nadie interrumpió la ceremonia, por lo que sí hubo boda. Posteriormente, Deker confesaría que había tenido la esperanza de que sonase para decirle que su abuelo había muerto, pero que nada era perfecto.

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