Bueno, se suponía que esto era una comedia romántica. Se suponía. Porque no lo es. Hay una boda, pero apenas tiene humor. Me dejé llevar por el drama. También, es que una boda de conveniencia no es divertida.
...
En todo caso, no es que me convenza mucho, sobretodo el final, pero os presento la boda de Kenneth y Ariadne - no, no la he escrito mal, es con Kenneth, pero confiad en mí -. Dedicado especialmente a esta foto:
Que después de todo, en gran parte es la culpable de que estéis leyendo esto. Lo digo sin miedo porque no seríais capaz de linchar a alguien tan mono como a Martin Freeman, ni a alguien tan sherlockniano como Benedict Cumberbatch.
Bodas.
Se sentía verdaderamente incómodo.
Kenneth ajustó de nuevo la pajarita, pero sabía que
no era por eso. No, su incomodidad no tenía nada, absolutamente nada, que ver
con la ropa. Aunque esta no ayudase.
Llevaba un chaqué clásico, con un chaleco de color
claro y una pajarita. Nunca había tenido problemas con la ropa elegante, pero
en esa ocasión… Se sentía ridículo.
Le quedaba bien, por supuesto, pero se disponía a
salir a la catedral de los ladrones, oculta en las entrañas de Lyon, y a la que
la gente consideraba la mayor obra arquitectónica jamás construida. Y lo haría
para colocarse al lado de Ariadne. Podía recubrirse de oro, y seguiría
pareciendo pequeño e insignificante al lado de ambas.
Por supuesto, no era eso lo que le molestaba,
realmente. El sentirse menos que Ariadne era algo que había asumido. Era algo
global. Y la catedral, era la catedral. Ni el mayor de los ególatras podría
considerarse por encima de algo tan hermoso.
El problema, era lo que había pasado esa noche.
Había pasado poco más de una semana desde entonces,
y no sabía muy bien si le había parecido una eternidad o unos segundos.
No había tenido una despedida de soltero,
propiamente dicha. No había ido a un local de strepteasse, ni a las Vegas, ni a
ningún lugar que saliese en las películas. Sólo había sido una pequeña cena.
Después de todo, sólo había invitado a una persona.
Su familia estaba ansiosa por ir, por relacionarse con gente de mayor estatus
social y medrar, pero él se sentía demasiado cansado como para concederles ese
estúpido capricho. Dijo que no la celebraría, ellos tuvieron que fastidiarse, e
invitó a Álvaro a un restaurante.
Ambos cenaron, rieron, y se lo pasaron bien, pero
no estaban del todo cómodos. Por una parte, Álvaro consideraba a Ariadne como a
una hija, y sabía que detestaba la idea de la boda, por lo que no podía
sentirse cómodo en su compañía.
Y después… Después estaba esa tensión. Entre ellos,
con el paso de los años, había ido creciendo cada vez más y más. Kenneth no
estaba del todo seguro de lo que significaba, no quería preguntárselo a sí
mismo, no quería saberlo. Lo único que sabía es que, cuando se concentraba
demasiado en su cercanía, sus manos temblaban, el corazón comenzaba a latirle
desbocado, la boca se le secaba, le faltaba el aire, se sentía ligeramente
mareado y tenía ganas de llorar sin tener ningún motivo ni comprender el
porqué.
Y esa noche… Esa noche estaba muy cansado, y quería
olvidar esa tensión.
Puede que… No, puede no era el verbo correcto para
lo que había acontecido. Era una certeza. Habían bebido demasiado. Era un buen
vino, de una cosecha excelente, combinaba a la perfección con lo que habían
pedido y ambos estaban incómodos. ¿No era una increíble colección de casualidades?
Y gracias al alcohol, todo carecía de sentido. La boda, principalmente. Todas
las razones que uno hubiese esgrimido eran realmente absurdas. Y su pelo estaba
tan bien esa noche…
Hay una enorme laguna en su mente, entre las copas
y la charla, y el estar en el piso de Álvaro – realmente desordenado, por
cierto –. Besándose. No era un beso especialmente hábil, a decir verdad. Era
lento, empalagoso, sabía a vino y a la tarta de fresas que habían tomado de
postre. Kenneth estaba convencido de que cualquier mujer – u hombre, o ser con
un mínimo de gusto por el sexo masculino – lo había hecho mejor de lo que lo
hacía él.
Pero no importaba.
¿Cómo iba a importar realmente en ese momento?
¿Cómo iba a importar cuando era Álvaro, y su pelo, y su piel, y sus labios, y
su olor, y los sonidos guturales que surgían de su garganta o pecho o de donde
quiera que saliesen, y sus manos, y su nariz chocando ligeramente con la suya,
y sus cuerpos en contacto, y esa especie de corriente eléctrica que le recorría
de cabo a rabo y le hacía querer llorar, esta vez de clara frustración, porque
era demasiado y muy poco y quería más pero no y era Álvaro? ¿Cómo?
Y acabaron, lógicamente, en el dormitorio.
Trastabillando, botones saliendo de los ojales, hebillas de cinturones
desabrochándose, más besos, susurros que ninguno entendía, manos aflojando
corbatas, caricias en la piel, el pelo, la ropa, en todas partes, olores
embriagantes y la certeza de cómo iba a acabar todo.
Y la certeza, como también era lógico por propia
definición, era correcta.
A la mañana siguiente sentía que la cabeza le iba a
explotar. Sentía ganas de morirse. De no salir de esa cama. De llorar. De
cancelar la boda. De huir a las Bahamas. De aferrarse a él y no irse.
No habían hablado desde esa incómoda mañana.
La pregunta muda.
Su respuesta clara.
Había boda.
Por supuesto que había boda.
¿Qué diría su abuela si no la hubiese?
La habría.
La estaba habiendo.
Comenzaría en unos minutos.
Y él estaría allí.
Y sería imposible no verle.
Imposible.
Porque se sentaba en su mesa.
Porque siempre le buscaba con la mirada.
Porque era imposible no reparar en la presencia de
Álvaro Torres.
Y seguía sintiéndolo.
Sus labios, torpes por el vino. Suaves, cálidos,
lentos, carnosos, con un roce que te hacía tocar el cielo con la punta de los
dedos.
La fricción de su piel perfecta y aterciopelada
contra la suya.
Su olor masculino y embriagante.
Esa corriente eléctrica que había recorrido su
cuerpo con un chasquido al enredar la mano en su pelo.
Por supuesto que lo sentía.
Por supuesto que no debía.
Se casaba en unos minutos y no es que pensase en
otra, es que pensaba en otro. En alguien a quien su futura esposa apreciaba
sinceramente.
Se asqueaba a sí mismo.
¤
Todos parecían expectantes. Bueno, todos los que no
conocían realmente a los novios. Los que les conocían parecían tristes, como si
se sintiesen mal por el futuro matrimonio.
No tenían ni puta idea de lo que era sentirse mal.
Se había acostado con el novio.
Con dos cojones.
Se sentía TAN Ana de Bolena…
Dios, si hasta las nacionalidades de los novios
concordaban.
Pero su dolor no se refería sólo a su orgullo
herido – ni a su corazón roto –, se refería a algo mucho más complicado.
¿Qué pasaría si se lo dijese a Ariadne?
Se trataba de Ariadne, era completamente
impredecible, podría incluso escribir una ópera al respecto y no estaría
sorprendido realmente.
Podía ser que se enfadase. Que se enfadase mucho.
Que le gritase. Que la aporrease con el ramo como en las películas. Que
rompiese a llorar. Que le odiase por el ridículo, la vergüenza, y sobretodo la
traición.
Podía ser que se desmayase por la sorpresa.
Podía ser que no le importase.
Podía ser que montase un espectáculo y aporrease
con el ramo a Kenneth por cabrón infiel.
Podía ser que montase el espectáculo para
escaquearse del matrimonio.
También podía ser que les pegase un tiro a los dos.
A decir verdad, la penúltima opción era la que más
le dividía.
Si se lo contaba, si ella lo utilizaba para dejar
atrás ese matrimonio, todo iría bien. Es decir, ella estaría con Deker, que era
lo que quería. Y él… Él… A decir verdad, él, en ese preciso momento, se
importaba una mierda a sí mismo. No pensaba dirigirle la palabra a Kenneth en
mucho tiempo, eso lo tenía claro. Tampoco pensaba responder a las ligeras y
casi invisibles insinuaciones de Felipe. ¿Después de lo de Valeria y todas las
mujeres de las que su “amigo” se había enamorado a lo largo de los años en
cuanto empezaban a avanzar? No, gracias. Claro que volver a su vida de antes,
de mero ligoteo sin sentimientos, se le antojaba imposible y le provocaba una
enorme pereza, junto con ganas de tirarse por un puente. Por otro lado, la idea
de acabar rodeado de gatos no le parecía demasiado divertida. En todo caso, él
no importaba.
Importaba Ariadne. Incluso un poco Kenneth. Poco.
Miró a su alrededor, fingiendo apreciar la
estructura del lugar. Deker no estaba allí.
Oh.
Mal asunto.
Aunque claro, ¿cómo iba a estar?
Sacó el móvil maravillándose de esa perfecta
estructura que la catedral. Estaban a kilómetros bajo tierra, y había Wifi.
Increíble.
¿Se invita
al amor de tu vida a tu boda con otro?
Por desgracia, incluso el todopoderoso dios Google
carecía de respuestas. Había una pregunta en un foro sobre ir a la boda de tu
ex, un enlace a la página web de Águila Roja, y artículos femeninos sobre
ex-novios, amor, y sueños. Nada que pudiese serle útil.
Por una parte, que él hubiese aparecido habría sido
completamente descarado por parte suya y de Ariadne.
Por otra, también significaba distanciamiento entre
ambos.
Conclusión: lo mejor es casarse por amor, ahorra
problemas logísticos.
¤
El cigarrillo sabía amargo en su boca.
Por supuesto, no era culpa del cigarrillo, si no de
la situación.
En ese mismo momento, estaría comenzando la boda.
Ariadne estaría preciosa vestida de novia, mientras se casaba con Murray.
Que asco le daba ese tío.
En realidad, lo único que quería era desaparecer.
Quería fundirse lentamente con la cama y dejar de existir.
Sin dramas. Sin llantos. Sin pruebas.
Bueno, eso, y pegar una paliza a Murray. Con una
silla. O una porra. O algún instrumento de tortura. De algo le tenía que servir
el horrendo entrenamiento que había recibido, ¿no?
Pero, como no podía hacer ninguna de las dos cosas,
fumaba. Llevaba ya media caja de cigarrillos y se sentía sinceramente enfermo.
Aunque sinceramente, prefería con mucho ese tipo de malestar.
Sabía que no debía. De verdad que sí. Pero, de
todos modos, en lo que llevaban de mañana había cedido cinco veces. Y eran las
once. Se había despertado a las diez y media.
Cogió la fotografía que tenía sobre su mesilla, y
la desdobló otra vez.
En ella, Ariadne le sonreía. Estaban en el paseo
marítimo de Niza, una mañana algo fría de Marzo en la que el viento les
despeinaba y se respiraba tranquilidad, alejados de le época turística.
Era media mañana y acababan de salir de su
habitación en el hotel Negresco. La noche anterior no habían dormido hasta muy
tarde, y ella parecía algo adormilada todavía. Se había recogido el pelo húmedo
en dos trenzas despeinadas por el viento y que caían sobre sus hombros,
cubiertos por una camiseta amplia de un color suave. Sus ojos brillaban y
sonreía de forma suave, cálida y familiar, con el mar de fondo y un cielo
cubierto por las nubes. La fotografía era una gama de colores suaves, grisáceos
y brumosos. La había sacado con una cámara polaroid que ella misma le había
regalado por su cumpleaños, de esas que sacaban la fotografía al instante por
una ranura. Tenía algunas gotas de lluvia, porque poco después había comenzado
a llover, y ellos habían tenido que correr al hotel. Habían pasado varios
meses, y el ambiente entre ellos era distinto, extraño. Una mezcla de “la boda
se acerca, falta poco” y de “aun tenemos tiempo, aun queda tiempo” que había
resultado en desastre. Pero en esas pequeñas vacaciones no. Fueron unas buenas
vacaciones, después de todo. Y estuvieron juntos. Eso era importante.
Los cuatro cuadrados en los que se dividía la foto
por haberla doblado para meterla en su cartera, la gama de colores, las gotas
de lluvia. Todo eso le daba un aspecto antiguo, viejo, apagado. Había pasado
poco tiempo, pero éste era relativo, después de todo. En ese mismo momento,
puede que Ariadne estuviese dando el sí quiero. Eso les distanciaba más de esa
fotografía que varias décadas.
¤
Tenía la mirada perdida en el espejo.
Estaban haciendo los últimos arreglos a su vestido
de novia, murmurando incansables lo guapa que estaba, lo bonita que era la
boda, y demás felicitaciones.
Era como si no estuviese allí. Como si lo estuviese
viendo desde fuera para no sentir emociones.
El vestido era una preciosidad. Una preciosidad
increíblemente alejada de ella. Tanta tela, esa cola larguísima, las docenas de
adornos que lo cubrían… Era el vestido que todos esperan de una boda real. Y
cuanto más lo pensaba, más ganas tenía de arrancárselo y salir de allí.
-Estás preciosa.
Ariadne se giró hacia Tania, que le sonreía
cogiendo su mano con delicadeza. Se esforzó en devolverle la sonrisa.
-Gracias.
Obviamente, Tania sabía que no le importaba en
absoluto, que no estaba bien, y que daría lo que fuese por salir de ahí, pero
no dijo nada al respecto y actuó como si todo fuese felicidad.
No sabía como le habían dado el papel de Doña Inés,
con lo mal que actuaba.
-Princesa – dijo una de las primas de Kenneth – es
la hora.
Ariadne suspiró, asintió con seriedad y bajó de la
banqueta, mientras todas las desconocidas que actuaban como si fuesen sus mejores
amigas colocaban bien la cola y el velo. Aceptó el ramo que Tania le tendía y
cogió aire.
Las puertas se abrieron, mientras la clásica y
manida música de las bodas llenaba la catedral. Su tío colocó sus brazos con
delicadeza y ambos avanzaron por el larguísimo pasillo. Cada paso era una
tortura, y no precisamente por los tacones.
Kenneth esperaba, nervioso e inseguro, delante del
altar. ¿Dónde estaba María Luisa? Ariadne se encogió de hombros mentalmente.
Cada segundo en el que no tenía que ver a esa mujer era un maravilloso regalo,
aunque, teniendo en cuenta que esa boda era su culpa, podría haber aparecido.
Ese tipo de ceremonias las oficiaba el rey, es
decir, su tío, puesto que con ella iba incluida la coronación de ambos como
reyes. Aparte de eso, era bastante parecida a la tradicional.
-Y, por supuesto, si un ladrón se opone a esta
unión, deberá hablar ahora, o callar para siempre y obedecer a sus reyes.
Hubo unos instantes de silencio, y entonces, un
móvil comenzó a sonar.
Un murmullo recorrió la catedral, mientras su tío
arqueaba una ceja.
-Bueno, que alguien lo coja y veremos si es una
señal divina.
Hubo algunas risas, mientras uno de sus primos le
pasaba a Kenneth su móvil. Éste, rojo como un tomate, descolgó tartamudeando,
antes de quedarse blanco como el papel.
-Mi… Mi abuela está en el hospital en medio de una
operación de urgencia.
-¿Que qué?
-Le ha dado un ataque cardíaco.
Kenneth y algunos de sus familiares habían corrido
al hospital, mientras que otros se habían quedado para acosarla sobre que
podían volver a planear la boda. Ni siquiera sus miradas de princesa de hielo
podían alejar a esas aves de rapiña.
El resto de invitados se había pasado por allí para
dar el consabido consuelo y alabar su vestido de novia, pero ahora disfrutaban
del convite, que no habían cancelado para no armar un escándalo.
Ella apenas había comido, y parecía la viva imagen
de la prometida afligida, mirando el móvil como si esperase una llamada. En
realidad, estaba mirando fotografías.
Tenía muy pocas, la verdad, pero la que estaba
mirando bastaba. Se la había sacado a escondidas, para meterse un poco con él.
Llevaba una camiseta vieja, y no se había molestado en ponerse unos pantalones
de pijama. Estaba sentado, mirando por la ventana abierta mientras se fumaba un
cigarrillo. No tenía mucha calidad, pero era suficiente.
No creía poder volver a pasar por eso de nuevo.
Volver a ponerse ese vestido de novia, que se había quitado nada más llegar,
como tenía planeado, sustituyéndolo por un elegante vestido de fiesta mucho más
cómodo. Volver a salir a la catedral. Volver a escuchar todo el discurso. Decir
que sí.
Era demasiado duro, y ella se sentía más cansada de
lo que lo había estado nunca.
A esas horas, él estaría en su piso de Londres. No
planeaban volver a verse nunca más.
Habían discutido por última vez hacía una semana, y
no estaba dispuesta a que todo se complicase aun más. No podía hacerle eso, no
podía permitir que le viese con otro hombre, simplemente no podía.
Y, la verdad, tampoco podía hacerse eso a sí misma.
Iba a cerrar el móvil, cuando este sonó. Una
fotografía de Kenneth aparecía en pantalla.
¤
-María Luisa está muerta – comentó como si nada.
Él asintió, sentándose a su lado.
Estaban sentados en el borde de la fuente que
coronaba ese pequeño jardín. El restaurante lo alquilaba como escenario para
fotografías. Era bastante bonito.
-¿Cómo está? – preguntó, reprochándose a sí mismo
que le importase lo más mínimo como se sintiese Kenneth.
-En shock – ella acarició el móvil con el pulgar,
absorta en sus pensamientos –. Ha cancelado la boda. Dice que estoy libre del
compromiso.
-¿Y?
-No lo sé. Puede que lo diga por el dolor, puede
que los cabrones de sus familiares le convenzan para ello.
-Lo dudo, no quiere casarse contigo, Ariadne.
-Eso espero. Vosotros sois amigos, ¿qué crees que
va a pasar?
-No lo sé – admitió –, es un tema complicado.
-Sé que lo sabes.
-¿El qué?
-Que sé que estás ocultando algo.
Álvaro se pasó la mano por el pelo, con un suspiro.
-No sé como decirte esto. Es decir, puedes
reaccionar de mil maneras diferentes, y no te haces idea de lo mal que me
siento.
-Porque…
-Me he acostado con Kenneth.
-¿Perdón? – preguntó sorprendida, alzando por fin
la cabeza para mirarle a los ojos.
-Lo siento, de verdad, lo siento mucho. Estábamos
borrachos y… Y no sabía si me ibas a odiar, o si ibas a cancelar el matrimonio,
o si te daría igual…
-¿Con Kenneth? ¿En serio? ¿De verdad te gusta?
Álvaro dejó caer la cabeza hacia atrás en un
suspiro.
-Me odio a mí mismo.
-No te ofendas, pero deberías dedicarte a las
mujeres, siempre que eliges a un hombre es el peor de todos.
-Me lo he planteado, no te creas.
-¿Y qué pasó?
-Apenas entendí lo que dijo mientras recuperaba su
ropa, pero el mensaje estaba claro: había boda.
-Que cabrón.
-¿Me lo dices o me lo cuentas?
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Me siento dividido entre que raza de gato debería
elegir.
Ella se rió.
-En el fondo es un buen chico. Pero sin carácter.
-Lo sé.
-Perdónale, aunque sea sólo para que yo pueda ver
las caras de su familia.
Ambos estallaron en carcajadas.
-Fliparían mucho, ¿verdad?
-Habría más ataques al corazón en el seno de la
familia Murray.
-Entonces vale. Todo sea por una buena causa.
-Pero hazle sufrir un poquito antes.
-Completamente de acuerdo – quedaron en silencio
unos segundos –. ¿Y tú?
-¿Yo? No lo sé. Deker y yo discutimos antes de… –
hizo un gesto abarcando la situación.
-Estoy seguro de que cuando se entere de esto, se
le olvidará ese detalle.
-Es complicado, Álvaro. Es un Benavente. ¿Crees de
verdad que esta gente se olvidará de ese detalle?
-No les invites a la boda, te ahorrarás una buena
cantidad. La alta nobleza de los ladrones come como una lapa.
¤
Era una boda sencilla. Se habrían casado
directamente por el juzgado, pero esa iglesia tenía unas tallas del período
barroco verdaderamente increíbles. Y después de todo, la novia elige.
Deker llevaba un chaqué clásico que le quedaba como
un guante y el pelo peinado hacia atrás. Lo llevaba todo con una naturalidad
pasmosa que le hacía parecer un modelo, un actor, o ago por el estilo.
Ariadne llevaba un vestido mucho más acorde con su
personalidad que en esa primera boda/no-boda interrumpida. Un vestido de novia
vintage hasta el suelo en color crema, con encaje sutil y amplias mangas de tul
de seda acabadas en puños con poca pedrería.
Había sido una boda polémica, que había conllevado
cuatro meses de papeleo, de llamadas a abogados, de reuniones, de debates, de
lecturas de antiguos códigos de los ladrones, de acuerdos prematrimoniales y de
demás cosas difíciles de comprender. El resultado final: Deker no era rey, ni
siquiera consorte, y sus hijos deberían contar con la aprobación del Consejo
para poder reinar.
El primero ya estaba en la boda.
Tania tenía en brazos al pequeño Brandon – con
múltiples incomodidades, provocadas seguramente por su embarazo de seis meses,
gemelas, además – perfectamente vestido y arreglado para la ocasión. Éste no
paraba de preguntar donde estaban sus padres y de intentar escaparse para ir a
jugar fuera.
Finalmente, viendo que iba a ser imposible, Tania
optó por encasquetarle el niño a Álvaro y a Kenneth, con la excusa de que ella
tenía que estar en el altar como madrina.
La balada nupcial había sido sustituida por Time after time por cortesía del
padrino, lo que le conllevó la mirada sorprendida de ambos novios. Jero se puso
a silbar la melodía fingiendo prestar atención a las cristaleras. Nunca confesó
como sabía que esa era su canción.
Y, por supuesto, nadie interrumpió la ceremonia,
por lo que sí hubo boda. Posteriormente, Deker confesaría que había tenido la
esperanza de que sonase para decirle que su abuelo había muerto, pero que nada
era perfecto.