La entrada al respecto está aquí.
Y, finalmente, me he decantado por shippear el Shassy. Ya que no iba a shippear el Shawn&Juliet - buuuuuu, buuuuuu, la reina de la basura, es la reina de la basura, Juliet es la reina de la basura, y La princesa prometida me ha dejado muy tocada :3 -, pues voy a elegir un shipp que me entretenga y me haga sufrir. Yo soy así.
En todo caso, como ya ha acabado la época de exámenes...
... he pasado la tarde escribiendo fic. Vale, quizá ha sido sólo un ratico, pero ya está acabado, así que da igual. Es un fic de Psych con temática Shassy, como ya habréis supuesto. Está escrito desde la perspectiva de Lassiter, porque así, además, me da la oportunidad de hablar de lo guapo que es Shawn - suspira azorada y vulnerable -.
Lo he escrito con esto de fondo, y con esta imagen de referente.
Y ahora, el fic:
Hechos con sabor a piña
La gente era estúpida.
Hablaba demasiado de temas que no comprendían, y
que no lograrían comprender nunca, pero en los que creían tener la potestad
absoluta. Carlton podrían sentarse con ellos y explicárselo, pero había
aprendido mucho tiempo atrás que eso era inútil, estúpido, una soberana perdida
de tiempo.
Toda la comisaría parecía pensar que apreciaba
sinceramente a Spencer.
Ja.
ODIABA a Shawn Spencer cada día más.
Algo que la gente no sabía, y que era importante en
la relación que tenían ambos, por lo cual nunca podrían comprenderla, era el
Hecho Aislado.
El Hecho Aislado. Con mayúsculas. Si estuviese
escribiendo en el ordenador, Carlton lo escribiría subrayado, con negrita, un
tamaño más de letra y en cursiva, quedando algo como el Hecho Aislado. Pero no estaba escribiendo a ordenador. Bueno,
técnicamente sí, pero estaba elaborando informes acerca de robos de sombrillas
– sí, no os guardaría rencor si le pegaseis un tiro en ese momento; o sí,
porque era increíblemente rencoroso –, no hablando sobre el Hecho Aislado.
Se había dado cuenta en el instituto.
El Hecho Aislado se manifestó por primera vez
cuando tenía quince años.
Carlton siempre había estado en buena forma, pero
no tenía capacidades como atleta. En cambio, su único amigo, Bob, estaba en el
equipo de baseball. Era el aguador, pero eso no tenía importancia.
Aunque le gustase el baseball nunca había tenido
ningún interés en jugar en el equipo, ni en seguir su trayectoria, pero Bob se
emocionaba tanto con su papel como aguador, que Carlton, consciente de que no
tenía a nadie más en el instituto que quisiese cruzar un par de frases con él
en público, siempre iba a los partidos.
Y fue entonces.
Era el último partido de la temporada, y el equipo
del instituto contaba con un arma secreta: Philippe Green. Philippe era un
alumno de Boston con raíces francesas que había llegado a final de ese mismo
año, todos hablaban de su habilidad como jugador, pero nadie fuera del equipo
lo había visto.
Ganaron con holgura.
Pero eso no era lo importante.
Todo el tiempo que duró el partido, Carlton se
emocionó verdaderamente, pero no por su instituto, ni por las bolas que se
escapaban del estadio con lo fuerte que bateaban sus compañeros, henchidos por
una energía desconocida. Fue por él.
Con la respiración acelerada y las manos
fuertemente aferradas a su asiento, labios temblorosos y mirada huidiza, vio
como Philippe llevaba a la victoria al instituto.
Esos enormes ojos oscuros le atravesaban de medio a
medio, y cuando ganaron y se quitó la gorra, el cabello moreno, empapado en
sudor, cayó sobre ellos con una gracia que no parecía humana.
Carlton no estaba preparado para sentirse así por
un chico.
No era amor, obviamente.
La historia de Carlton Lassiter no era una comedia
romántica que pudiese marcarse por la impresión que un alumno nuevo le causase
en el instituto.
No, eso no pegaba con él.
Puede que se sintiese atraído por los chicos, pero
no era homosexual.
Nunca, nunca, se había enamorado de uno.
Su único amor había sido su ex mujer, Victoria.
¿Que por qué el Hecho Aislado era importante
entonces?
Pues porque había vuelto a pasar. Con Spencer. Y
como la otra vez, no era amor.
Por favor, no era una niñata de quince años que se
dejase engatusar con un pelo bonito. ¡Era detective de policía! Y eso quería
decir algo.
Excepto en O’Hara.
Apreciaba a su compañera, pero parecía sacada de un
anuncio de My little pony.
No sentía nada remotamente bueno por el falso
vidente, más allá de unas sanas, o insanas, o ganas a secas, de empotrarle
contra el escritorio de la jefa Vick cada vez que decía estupideces o se ponía
a fingir espasmos. Además, siempre aprovechaba para meterle mano. Era un
misterio como no sentía esas pequeñas y vergonzosas erecciones que le provocaba
cuando hacía eso.
Pero no era culpa de Carlton, por supuesto.
Era Spencer, que se comportaba de forma impúdica y
obscena continuamente. No entendía como le dejaban ir por la calle.
Se paseaba por la comisaría como si le
perteneciese. SU comisaría. Esa que tanto le importaba, por la que haría
cualquier cosa, y la que se merecía un respeto. Pero no, claro, él no sentía
respeto por nada. Sentía ganas de darle una paliza cuando se comportaba así,
fantaseaba con ello, aunque el final se alejase del castigo. Bueno, quizá no se
alejaba tanto, pero eso no era importante.
Iba por ahí, con su pelo maravilloso, sonriendo a
todo el mundo de esa forma luminosa y abierta que hacía sentirse importante a cualquiera.
Con esa barba de algunos días que perfilaba sus rasgos y enmarcaba sus labios
finos y sensuales, con el inferior más grueso que el superior, perfectamente
torneados. Y esos ojos, cubiertos por unas cejas gruesas y casi rubias según
que luz, pestañas cortas y claras, bordes verde musgo, oscuro y brumoso, que se
iba convirtiendo en una especie de color pardo al llegar a la pupila. Pantalones
indecentemente apretados, que se ceñían a la perfección, marcándolo TODO, y
dándole forma a sus piernas. Camisa con los primeros botones desabrochados,
perfectamente preparada para que pudieses disfrutar de su maldita manzana de
adán subiendo y bajando por su cuello en cuanto hablaba. Y hablaba.
Continuamente. Sin descansar. Se preguntaba sinceramente como respiraba. Sólo
paraba de hablar para comer. Y entonces, tragaba, por lo que tampoco ayudaba
especialmente.
Y Carlton, que, como ha sido aclarado, no era una maldita
quinceañera, sino un importante detective de la policía de Santa Bárbara,
podría soportar todo eso.
Podría.
De no ser porque era un hombre verdaderamente
impúdico.
De no ser, porque le tocaba continuamente, se
sentaba en su regazo e intentaba abrazarle, como si supiese lo que su contacto
le provocaba. De no ser, porque coqueteaba con los escritorios, las plantas,
O’Hara, la jefa Vick, y también con él mismo. De no ser, porque le llamaba
Lassy, porque no dejaba nunca de hacer referencias, porque bromeaba
continuamente, y porque no dejaba de comer snacks de todo tipo. De no ser,
porque resolvía todos sus casos pasándose el protocolo por el arco del triunfo,
porque montaba un espectáculo para hacerlo, y porque siempre acababa encontrando
la respuesta. De no ser, porque en los momentos verdaderamente importantes
estaba dispuesto a todo, porque era capaz de resistir que le tiroteasen y aun
así lograr salvarse casi por sí mismo, y porque siempre iba un paso por delante
de todo el mundo. De no ser porque lanzaba galletas de la fortuna a detectives
con dudas y les salvaba aunque éstos le tratasen mal todo el tiempo.
Sí, de no ser por eso.
Se sentaba en su escritorio con naturalidad, como
si le estuviese permitido, como si no se diese cuenta de cómo se le iba la
mirada hacía la zona que apoyaba contra la madera maciza.
Spencer no era un psíquico, pero tenía algo, algo
que le permitía saber cosas.
La pregunta era sencilla: ¿por qué no se daba
cuenta de su secreto?
No lo sabía, y tampoco sabía el porqué de su
obsesión con las piñas. Lassiter no aguantaba el no saber cosas.
Y, sobretodo, no soportaba que ese maldito cabrón,
egocéntrico e inmaduro, hubiese encontrado un estúpido champú con olor a piña.
Asociaba invariablemente al detective con esa fruta.
No podía ir a la compra, porque al verla, había
algo dentro de él que se removía, y acababa sintiéndose un completo idiota. No
sería la primera vez que soñaba con que registraban su casa, y en el doble
fondo del cajón de los calcetines, donde guardaba las revistas para hombres,
encontraban fotografías de piñas y le arrestaban por degenerado, mientras
Spencer le miraba como diciendo: “Sé
perfectamente lo que significa esto”.
Al día siguiente estaba de tan mal humor que podría
arrancar la cabeza a alguien, pero nadie parecía notar diferencia en él. Lo que
le ponía de peor humor. Había acabado por hacer la compra por Internet, sin
mirar la sección de fruta.
No. No sentía nada por Shawn Spencer mas que odio y
deseo.
Pero no era culpa suya.
Sólo era un nombre más en la lista de las personas
incapaces de resistir el influjo de Shawn.
Un nombre más.
Eso le hacía sentirse mejor.
A veces.
Otras, necesitaba whisky escocés y rodajas de piña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario